21 junio 2020

Me gustan los hombres afeminados



Me gustan los hombres afeminados

Me gustan los hombres estilizados, con rostro refinado y rasgos delicados. Que sean cuidadosos con su aspecto físico, que cuiden lo que comen, que hagan ejercicio, que sean higiénicos. Que se vean dulces y adorables solo por fuera, hasta el punto que sean considerados por otros hombres como indefensos, o en un lenguaje masculino: pendejos. 
Que las personas que me gustan tengan este tipo de características a provocado el siguiente comentario por parte de amigos y familiares: “te gustan los hombres afeminados”. Incluso después de hacer esa exclamación le han sumado la pregunta: ¿no serás lesbiana?. En este punto puedo decir que he cuestionado mi orientación sexual por dichas exclamaciones, no se, quizás otros se dieron cuenta de algo que yo aun no logro visualizar. A lo que tengo que agregar, se lo que me gusta.

    Con toda esta descripción y comentarios recurrentes por fin pude preguntarme: ¿por qué le otorgó el adjetivo calificativo de femenino al tipo de personalidad que me llama la atención?, entonces si me gustan así ¿yo soy una mujer muy masculina?, ¿acaso ser de esa forma no los convierte solo en hombres?.

    Me retumba en la cabeza el agregar femenino a un concepto masculino, me retumba en la cabeza la globalización de todas estas características que solo se le han adjudicado a las mujeres. Por otra parte me asusta la normalización de este tipo de comentarios, el haberlo aceptado por mucho tiempo. El decir y dar por hecho que me gustan los hombres afeminados, hasta el punto de colocarme, durante la relación, con una postura dominante desde la perspectiva masculina. No desde el ser mujer, ya que estos comentarios hacian cuestionar mi feminidad. Yo no tengo la mayoría de las cosas que busco en mi pareja, por ejemplo; no soy tan higiénica con mi entorno, no soy fan de la escoba y el trapiador, ¿eso le resta a mi feminidad? acaso soy menos mujer y más hombre por tolerar este aspecto. La palabra femenino contiene los atributos que solo encontramos en las mujeres, los estereotipos de ser delicadas, frágiles y siempre preocupadas por nuestro físico. Como si esto se tratara de un medidor, si eres mujer lo femenino es un 10 y lo masculino un 0, el cumplimiento de estas expectativas sociales determinara tu feminidad. Si eres hombre lo masculino será un 10 y lo femenino un 0, no cumplir con el 10 te restara a tu grado de masculinidad, tendrás rasgos menos dominantes y sujetos a dudas de orientación sexual, es decir, entre más cerca estés del cero podrías ser considerado como homosexual. Porque en este parámetro un hombre no puede ser menos hombre. Mientras que una mujer que se acerque al cero podría ser lesbiana, descuidada o una mala mujer. 

    Para terminar de aclarar mis gustos, solo me queda hablar desde mi experiencia con este tipo de personalidad masculina; estos hombres crecen desde una inferioridad marcada por su núcleo familiar, las normas sociales y morales. Son víctimas de una violencia normalizada y desde su inferioridad suelen reproducirla de una forma sutil, porqué un hombre que no es considerado como tan hombre dentro de su círculo social carece de voluntad propia, buscará dar el ancho, dar la marca y cumplir las expectativas del orden masculino. En otras palabras está en constante lucha por ser el proveedor, el fuerte, el galán, el don Juan, estereotipos de su género. 
    Es difícil que un hombre poco empoderamiento de su masculinidad, logre ver la reproducción de sus acciones y comentarios machistas, solo por hacerlo de manera ocasional o poco gráfica. 

    Y sí, hablo de hombres porque soy heterosexual, pero si mi orientación sexual fuera hacía mi mismo sexo, y mis gustos en personalidad fueran los mismos, me tocaría preguntarme a mi, porque me encanta enamorarme de la inexistencia. 

Sara Hernández, 11 de junio del 2020

1 comentario:

  1. Vivimos en un mundo regido por moldes. Religiosos o no, prácticamente somos gobernados por una moral judeocristiana; un conjunto de reglas morales milenarias que deberíamos revaluar por lo menos cada década. Una moral impuesta de generación en generación que nos tragamos sin masticar. Nos la repiten hasta el cansancio en la casa, en las iglesias y en escuelas que imitan el modelo esclavizante de las fábricas de la revolución industrial.

    La norma no es pensar, sino obedecer; quien tenga criterio será linchado por la masa amorfa que se arrastra en piloto automático hacia una dirección impuesta. Aquel que se atreva a soñar será devorado por la oscuridad de la pesadilla colectiva.

    En esta sociedad, que sólo puede ver en blanco y negro, hablar de cuestiones de género es como tirarte a un pozo sin fondo. Entender quiénes somos, qué nos gusta o quién nos prende; es tan complejo y variado como nuestra mismísima personalidad. Seguiré al pendiente de tus publicaciones.

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