18 octubre 2020

CDMX

CDMX

 

Para todos no es un secreto que eres mi ciudad favorita.

La primera vez que te puedo recordar tenía 14 años, viajé por primera vez a la Ciudad de México con mi hermano para visitar a mis abuelos. Ellos vivían en la delegación Iztapalapa, en un callejón angosto donde había un enorme portón color negro con una pequeña puerta del lado izquierdo para poder entrar. Adentro había tres casas juntas, un patio lleno de plantas y una bodega al fondo. Cada mañana despertaba al son de unas cumbias, Los Ángeles Azules eran sus vecinos.

La primera noche nos llevaron a comer quesadillas, donde me topé con una pregunta que jamás me hubiera hecho: “su quesadilla, ¿con queso o sin queso?”; quedé boquiabierta, no supe qué responder así que mi abuela contestó por mí. Siendo sincera no sé si fue la pregunta o no estar acostumbrada a comer fuera de casa, pero a mi quesadilla con queso no supe cómo disfrutarla.

En todos esos días las nubes siempre aparecieron, parecían ser días tristes en su mayoría. Como la ciudad es “peligrosa”, muy pocas veces pude salir a conocerla, los gustos de mi familia se resumían en conocer lo superficial de los lugares y monumentos, así que no pude visitar ningún museo durante mi estadía. 

Volví a Tijuana odiando esa ciudad, pero con un recuerdo lleno de oportunidad. En mis tiempos de estudiante, volví.

Deseaba ir a cada lugar turístico importante; museos, edificios, estadios, ruinas, parques, calles, sabores, colores, experiencias, todo. Después me dediqué a recorrerla sin un plan, entonces descubrí más museos, edificios antiguos, parques... era interminable.

Cada vez que volvía comenzaba una aventura nueva, aunque en mi ciudad siempre me hablaron negativamente de este sitio, mis sentidos comprobaban que era un lugar genuino, donde encontré la mayor diversión. En algunos rincones encontré paz con un hermoso paisaje de ciudad antigua. Las personas fueron cálidas, ahí, justo ahí pude ser en todas mis formas, bailar cumbias, conocer la historia de mi país, estudiar, comer en cualquier rincón. También hubo situaciones a las que nunca estuve expuesta y me hicieron sentir incómoda. Por ejemplo, viajar en metro, donde muchas veces entré en pánico por estar tan cerca de tantas personas. Fue parte de la aventura y puedo estar orgullosa que cada vez fui enfrentando mis miedos, hasta el punto de poder moverme sola.

En Ciudad de México encontré todos mis matices. Si necesito escaparme contemplando mi realidad, volveré las veces que sean necesarias.


Sara Hernández

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