20 septiembre 2020

Los mayores siempre tienen la razón

Los mayores siempre tienen la razón


Tan solo tenía siete años cuando Elizabeth recibió el primer insulto por parte de otra niña más grande: “esa que está atrás, de coletas, es muy fea”. Palabras que jamás borró de su memoria porque la chica que las dijo era la más popular de la escuela, por ende la más bonita. Durante su infancia las reglas en casa fueron claras: jamás pintes tus uñas o tu rostro, no uses pantalones o ropa ajustada, ¡la gente pensará mal de ti!, procura guardar silencio para que escuches y respeta siempre a los mayores ellos siempre tendrán la razón. 


    En la escuela era distinta a otras chicas, no encajaba físicamente; jamás usó aretes u otras joyas, su falda era más larga de lo normal, cabello recogido y siempre con suéter. A pesar de no ser tan atractiva, su carisma la llevó a poder relacionarse con todos sus compañeros, convirtiéndose en la más popular por su simpatía. 


    Al crecer, Elizabeth pensó que todas esas reglas aprendidas en casa iban a protegerla en la vida real, pero para ser verdad, sus inseguridades personales se mezclaron con la rudeza de la calle. Había ocasiones en que no sabía que más ponerse para dejar de recibir piropos, chiflidos y manoseos. Dejó de usar faldas y shorts, se maquillaba al llegar al trabajo, caminaba rápido y su calzado siempre eran unos tenis, contemplaba que en algún momento tendría que correr. Hacía todo esto porque sería más sencillo cambiar ella y continuar callada, ¡que iba a pensar la gente de ella!, ¡los mayores siempre tienen la razón!. 


    Al principio de su vida, los mayores tan solo eran unos años más grande que ella, Elizabeth aspiraba llegar a esas edades algún día. Fue creciendo y los mayores no se representaban en años sino en autoridades; los padres, los maestros, el sacerdote, el hombre, el gobierno, la sociedad. Esos nombres eran los mayores ante una niña indefensa que debía tapar su cuerpo y ser precavida, porque los mayores siempre tienen la razón, su inseguridad personal se ligó a la inseguridad física y emocional que encontró fuera de casa y otras veces dentro de su mismo hogar. 


    Estar callada dejó de ser una virtud para convertirse en su mayor condena, lo que pensarán los demás de ella jamás iba a ser algo bueno o de provecho, ser mujer es el blanco perfecto para ser señalada por cada falta que se pueda imaginar. Tras todos estos años de falsas verdades, Elizabeth no llegó a darse cuenta que los mayores no tenían ni un poquito de razón, nada de razón, ¿cuál era la razón?, ¿en que se había convertido la razón?, en qué se había convertido ella si jamás iba a tener la razón.



Sara Hernández

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